Las damas romanas utilizaban mezclas para blanquearse la piel, realzar en tonos rojos pómulos y labios, y de negro las pestañas y los ojos.

El ser humano tiende a ser coqueto. La estética y el cuidado personal son elementos tan antiguos como la propia humanidad. El arte de engalanarse fue todo un ritual en la antigua Roma. Hombres y mujeres dedicaban mucha atención a su aspecto físico, que debía lucir magnífico para deslumbrar ante la sociedad. Ellos se ponían en las manos del tonsor para llevar barbas y peinados a la moda. Ellas buscaban, además, las mejores recetas para maquillajes, mascarillas, perfumes y cremas que realzaran sus encantos. Los cánones de belleza han podido variar un poco después de dos mil años, pero las preocupaciones estéticas y las prácticas a la hora de maquillarse nos pueden situar llamativamente cercanos a la antigua Roma.
Mujeres poderosas y de clase alta Los avezados lectores de historia antigua ya lo tendrán claro. Pero es indispensable un breve recordatorio acerca de la información que vamos a manejar. Las fuentes acerca de la vida cotidiana en la antigua Roma son escasas en lo literario y muy concretas en lo arqueológico, con Pompeya como escenario principal. Pero no podemos tomar una única ciudad romana del año 79 d. C. como paradigma de toda una cultura con más de trece siglos de historia. Sabemos que la tradición literaria no depositó mucho interés en las mujeres y, cuando lo hizo, se centró en las de clase alta. Esta circunstancia hace que hablar del maquillaje de la mujer romana sea hablar de la mujer de clase alta. A ello se une el sentido común, pues está claro que hacía falta dinero y tiempo para estar maqueada, y no había una mayoría de mujeres que dispusieran de ambos requisitos.
Una estética muy parecida a la actual
Las damas romanas se hacían rodear de esclavas en el tocador para peinarse, maquillarse y vestirse para destacar en las redes sociales de la época: el paseo, el teatro, las comidas o aquellos festivales y ritos religiosos en los que podían participar.
Los elementos más importantes de la apariencia personal nos resultan familiares: se cuidaban mucho el cutis, ocultaban las manchas e imperfecciones y realzaban ojos, pómulos y labios. La mayor diferencia con la estética que se busca actualmente es que en la antigua Roma para ir guapa había que tener una piel blanca. Ya conoceréis ese ideal nobiliario que ha permanecido hasta no hace mucho. Hoy día tenemos una gran masa de la población dedicada al sector terciario, que trabaja en oficinas, tiendas y, en definitiva, bajo techo. Ahora lo cool es lucir moreno, porque es señal de tiempo (y el tiempo es oro) para ponerte al sol (o en una máquina de rayos UVA) y pillar ese bronceado como maquillaje natural. Antes de esto, lo normal era trabajar a la intemperie, por lo que la nobleza tenía entre sus distintivos una piel blanca y unas manos inmaculadas, señales de que no se tostaban trabajando de sol a sol como la plebe.
Para acentuar más esta blancura y lucir un rostro estupendo, las damas romanas se depilaban las cejas y se maquillaban, en palabras de Jérôme Carcopino:
“De blanco la frente y los brazos, con creta y albayalde; de rojo, con ocre del fucus o con poso del vino, los pómulos y los labios; de negro, con ceniza o polvo de antimonio, las pestañas y el contorno de los ojos”.
Productos exóticos y apestosos
Sí, los tonos empleados nos siguen resultando familiares, solo que los ingredientes usados hacían del maquillaje un arte un tanto más rústico y de confección casera durante la Antigüedad. Tenemos testimonios que apuntan elementos más exóticos como mezcla para maquillajes: excrementos de cocodrilo, o la combinación de huevos de hormiga machacados con moscas secas, que se usaba como máscara para las pestañas. Aunque hoy día tengamos filtros en Instagram que colocan pecas falsas, para las romanas eran manchas a tapar y para ello se recomendaba la ceniza de caracoles.
Todos estos potingues se almacenaban en un cofre llamado capsa o alabastroteca, por los alabastrones, recipientes alargados que contenían perfumes, necesarios constantemente para aplicar junto a los maquillajes dada la naturaleza de sus ingredientes. De hecho, Ovidio dejó escrito que:
“El arte solo embellece el rostro de las mujeres si nadie ve sus secretos”.
El secreto a ocultar era la peste de los productos de maquillaje. Pero, por desgracia, parece que desde siempre hay que sufrir para presumir.
Esclavas y machistas
Una ornatryx o varias ornatrices se encargaban de maquillar, peinar y vestir a la dama romana. No faltan sátiras acerca de encontronazos entre la dama y sus esclavas. Juvenal cuenta que:
“La señora hoy tiene una cita y quiere estar más bella que de ordinario. La pobre Psecas (esclava peinadora), desgreñada, con los hombros desnudos y el pecho descubierto, está peinándola. Pero de repente la señora cree que este bucle está muy alto. ¡Por qué! ¡Zas! El vergajo castiga sin piedad el crimen de haber malogrado un rizo”.
Tampoco faltan las críticas y comentarios machistas del momento. Algo que, por desgracia, tampoco nos resulta extraño en nuestros días. Los autores más retrógrados equiparaban el maquillaje a la práctica de la prostitución. El mismo Juvenal también escribió:
“Al fin deja ver su rostro, pues se quita la capa primera; empieza a ser reconocible y se da fricciones con leche de burra […] Pero a este rostro, al que aplica y renueva tantos potingues, que recibe tantas cataplasmas de flor de harina húmeda, ¿cómo lo llamaremos, cara o úlcera?”.
Una vez terminado el maquillaje, las damas romanas elegían las joyas que portarían, con incrustaciones de piedras preciosas. Finalmente, procedían a vestirse y salían a las calles de la Urbs marcando tendencia cual influencer del mundo romano.
Con información de: muyhistoria.es
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