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Los gobernantes NO son el reflejo de todos sus habitantes

  • Foto del escritor: Semanario Veritas
    Semanario Veritas
  • 14 dic
  • 2 Min. de lectura

Por Pablo Cristaldo


No todos somos lo mismo, y decirlo no es soberbia: es justicia.


Corrupto
Santiago Peña no representa a todos los paraguayos. Foto: Archivo.

Reducir a todo un pueblo a la mediocridad de sus gobernantes no sólo es falso, sino profundamente ofensivo. Paraguay también está hecho de gente honesta, solidaria y digna, que no roba, no coimea y no vive del atajo. Y esos paraguayos —muchos, silenciosos, invisibles— no merecen cargar con culpas ajenas.


Escuché decir por ahí que “los gobernantes son el reflejo de la sociedad y que tenemos los políticos que nos merecemos, porque salieron de nosotros”. Bajo ese razonamiento simplista, como llegamos tarde, como a veces somos displicentes o cometemos errores cotidianos, entonces es lógico que nuestros hijos, futuros gobernantes, aprendan a robar, mentir o coimear. Pero esa idea no resiste el más mínimo análisis.


Generalizar no es análisis social: es comodidad intelectual. Es más fácil culpar a todos que señalar a quienes eligen robar desde el poder. No podemos asegurar que absolutamente todos los paraguayos lleguen tarde, ni que todos roben, ni que todos coimeen, ni que todos usen contactos para conseguir puestos. Los ladrones son ladrones, los corruptos son corruptos, y lo son porque deciden serlo. Se esmeran en serlo. No porque el resto del país les haya dado permiso moral.


Ni yo ni la enorme cantidad de personas solidarias y empáticas que conozco tenemos nada que ver con el robo, la desidia ni la caradurez. Por eso resulta ofensivo que se nos meta en la misma bolsa. Algunos paraguayos simplemente no merecen los políticos que tienen, y mucho menos son la escuela donde se formaron los ladrones.


Recuerdo una vez en que, junto con un grupo de amigos, ayudamos a un joven que intentaba vender su cafetera para juntar dinero y comprarse un pantalón. Lo necesitaba con urgencia para asistir a una entrevista laboral. Antes siquiera de pedir prestado, estaba dispuesto a desprenderse de algo suyo para tener una oportunidad. Las entrañas de más de uno se conmovieron. Ese joven no es una excepción romántica: es el rostro real de miles que luchan en silencio, sin micrófonos, sin cargos y sin privilegios.


Hay paraguayos que llenan de orgullo cualquier corazón de bien. Personas con principios, valores, ética y una profunda empatía por la necesidad ajena. Sólo que tenemos la desgracia de ser gobernados por los de la vereda del frente. No es el pueblo el que educa al corrupto: es el corrupto el que traiciona al pueblo que le confió poder.


Los paraguayos de bien somos, muchas veces, lo único que tenemos. Ya dejamos de esperar migajas del gobierno, porque aprendimos que no sirven de nada. El cambio real, aunque injustamente pesado, recae sobre nosotros mismos. Ayudémonos mientras podamos, construyamos redes, cuidemos la dignidad que otros pisotean desde arriba.


No aceptemos más la culpa que no nos pertenece. Ser honestos en un sistema corrupto no nos hace ingenuos: nos hace imprescindibles. Paraguay no está perdido mientras existan paraguayos de bien. Lo que está en deuda no es la gente, sino quienes gobiernan en su nombre.

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Invitado
14 dic
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Excelente y verdadero artículo

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